miércoles, 10 de abril de 2013

Y SI CAMBIAMOS LAS PREGUNTAS?...


Y SI CAMBIAMOS LAS PREGUNTAS?...
Fabricio Díaz del Águila.

El debate sobre la calidad educativa se ha tornado como prioritario en un momento en que nuestro país viene experimentando un interesante desarrollo económico que no se corresponde con los resultados de la evaluación de la calidad educativa que cíclicamente se realizan a nivel nacional. El nivel de comprensión lectora y razonamiento lógico matemático están lejos de ser los deseables para un país que se sitúa a la “vanguardia" del crecimiento económico a nivel latinoamericano y mundial; en educación secundaria estamos aún lejos de obtener un avance curricular considerable y un rendimiento académico óptimo, la desarticulación con la educación superior es evidente y se materializa en la necesidad de la existencia de centros pre universitarios que preparen a los egresados de secundaria en los tópicos que requieren estos para ingresar a la universidad y que la educación secundaria no supo lograr; el proceso de acreditación de nuestras universidades se ha estancado y solo nos queda mirar con sana envidia como otros países cercanos vienen obteniendo mayores logros en esta materia. Todos estos aspectos estarían exponiendo y poniendo en peligro el crecimiento sostenible que todos deseamos para el país. Algunas observaciones ponen en alerta sobre la carencia de mano de obra calificada que en unos años más pondría en jaque nuestro “crecimiento”, por lo que la sociedad en general exige ajustes urgentes al sistema educativo nacional.
En este debate, el proceso formativo y el desempeño de los docentes en las aulas y la escuela, son considerados un indicador de calidad, por lo que la formación docente también se encuentra en entredicho, respecto a su eficiencia, eficacia, pertinencia y relevancia, sólo por usar  estos términos de moda.
La complejidad del fenómeno educativo, propio de todo fenómeno social, trasciende a la escuela  e involucra a otros agentes más poderosos aún que ella misma, como son la familia, el círculo de amigos, los medios de comunicación, las redes sociales, las empresas, iglesias, los gremios, el internet, etc.  Agentes que también deben asumir su cuota de responsabilidad respecto a la situación educativa, ya que achacar a los docentes y la escuela de todos los males de la educación obedece a una concepción reduccionista claramente direccionada, con fines políticos que no contribuyen positivamente a ver los problemas de la educación en su real dimensión, por lo que no podemos excluir a estos agentes fundamentales del análisis detenido y concienzudo y en capítulo aparte.
Interesa ahora razonar ante distintas preguntas: Cuál es la cuota de responsabilidad de la escuela en los actuales resultados educativos?,  por qué después de 20 años de constante capacitación, tenemos los resultados que tenemos?, cual es el modelo educativo real imperante en nuestras escuelas?, ¿es posible que, entrados en el tercer milenio, en la mayoría de las centros educativos predomine un modelo de enseñanza centrado más en repetir cosas sabidas que en construir nuevos saberes?, ¿Es posible que este modelo tampoco esté funcionando porque nuestros estudiantes no han aprendido a consumir adecuadamente la información ni tampoco a producirla?, por qué no se ha logrado formar sujeto activos y responsables de su propio aprendizaje?, ¿Cuál es el peso de responsabilidad del maestro en esta situación?, Qué pasa con el proceso formativo inicial de los docentes y su posterior formación en servicio?
Sin duda que estas peguntas deben ser respondidas por los propios maestros, con la mayor responsabilidad pero sin vocación de martirio o de victimización, como signo de madurez y compromiso para revertir la situación indeseable en que nos encontramos, a través de procedimientos y acciones diseñadas desde la escuela y sin esperar solamente que la ayuda venga de afuera y en forma de receta única para toda la provincia, región o país.
Hasta este punto y dicho lo dicho, todo encaja en el estilo y manera en que siempre se viene encarando la crítica al rol de la escuela y del docente. Y este modelo de crítica se repite desde hace siempre, y siempre o casi siempre obtenemos las mismas respuestas y emprendemos las mismas acciones y obtenemos los mismos resultados alimentado un círculo vicioso que nos lleva a la cuasi conclusión que todo se encuentra perdido y sin esperanzas de solución.
Por formación académica y experiencia cotidiana, sabemos que para obtener respuestas hay que interrogar a la realidad y ella nos develará sus misterios o sus verdades, por lo que es necesario desarrollar el arte de preguntar y si siempre le planteamos las mismas preguntas y siempre nos brinda las mismas respuestas que no conducen a una mejora sustancial, quizás haya llegado el momento de interrogar esa misma realidad de otra manera, desde otros supuestos, desde otras perspectivas.
Así por ejemplo, ¿Por qué hay malos maestros?, ¿Por qué la educación esta tan  mal?, ¿Por qué la formación de los docentes deja mucho que desear?,  ¿Por qué la escuela se ha devaluado tanto?,  ¿Por qué después de tanta capacitación los maestros no mejoran? Son las interrogantes más comunes y sin duda reflejan en sentir honesto y lícito de vastos sectores de la sociedad. Sin embargo, sobre ellas habríamos que interrogarnos: ¿Estas interrogantes nacen de una ausencia de conocimiento y están orientadas a alcanzar la “verdad”, o simplemente son aseveraciones disfrazadas en forma de pregunta?
De la respuesta que demos a esta interrogante dependerá que sigamos cuestionando la realidad de la misma forma o que enfrentemos a esa compleja realidad llamada educación desde otras perspectivas, otros supuestos y otras emociones.
Por mi parte, considero que ha llegado el momento de exigirnos una nueva forma de preguntarnos, un nuevo estilo de confrontar, de escudriñar, de inquirir, de cuestionar, la realidad. Una nueva forma que lejos de descalificar, genere una nueva forma de responder y enfrentar el problema.
En tal sentido, reconociendo que todos queremos una escuela, maestros, padres, estudiantes de calidad, tendríamos que ir preguntándonos y definiendo, ¿Cuando una escuela es de calidad?, ¿Cuando una escuela es “buena”, ¿Cuando decimos que un maestro es “bueno”?, ¿Cuáles son sus características?, básicamente ¿Cuál debe ser el perfil de la escuela y el docente para ser considerados “buenos”?. ¿Qué debe hacer el docente en el aula para ser considerado como tal?.
Respuestas a estas interrogantes pueden marcarnos un norte en el mejoramiento de la formación y desempeños docente, alejados de recetas mágicas viejas o nuevas, quizás puedan surgir nuevos compromisos de la escuela y los docentes por mirar en forma reflexiva su propia práctica y proponer cambios, modestos al principio, e ir construyendo un nuevo accionar y un nuevo discurso, y quizás ahorrarnos otros 20 años de capacitación con discursos nuevos o añejos, pero por sobre todo ajenos.