Y
SI CAMBIAMOS LAS PREGUNTAS?...
Fabricio Díaz del
Águila.
El debate sobre la calidad
educativa se ha tornado como prioritario en un momento en que nuestro país
viene experimentando un interesante desarrollo económico que no se corresponde
con los resultados de la evaluación de la calidad educativa que cíclicamente se
realizan a nivel nacional. El nivel de comprensión lectora y razonamiento
lógico matemático están lejos de ser los deseables para un país que se sitúa a
la “vanguardia" del crecimiento económico a nivel latinoamericano y
mundial; en educación secundaria estamos aún lejos de obtener un avance
curricular considerable y un rendimiento académico óptimo, la desarticulación
con la educación superior es evidente y se materializa en la necesidad de la
existencia de centros pre universitarios que preparen a los egresados de
secundaria en los tópicos que requieren estos para ingresar a la universidad y
que la educación secundaria no supo lograr; el proceso de acreditación de
nuestras universidades se ha estancado y solo nos queda mirar con sana envidia
como otros países cercanos vienen obteniendo mayores logros en esta materia.
Todos estos aspectos estarían exponiendo y poniendo en peligro el crecimiento
sostenible que todos deseamos para el país. Algunas observaciones ponen en
alerta sobre la carencia de mano de obra calificada que en unos años más
pondría en jaque nuestro “crecimiento”, por lo que la sociedad en general exige
ajustes urgentes al sistema educativo nacional.
En este debate, el proceso
formativo y el desempeño de los docentes en las aulas y la escuela, son
considerados un indicador de calidad, por lo que la formación docente también
se encuentra en entredicho, respecto a su eficiencia, eficacia, pertinencia y
relevancia, sólo por usar estos términos
de moda.
La complejidad del fenómeno
educativo, propio de todo fenómeno social, trasciende a la escuela e involucra a otros agentes más poderosos aún
que ella misma, como son la familia, el círculo de amigos, los medios de comunicación,
las redes sociales, las empresas, iglesias, los gremios, el internet, etc. Agentes que también deben asumir su cuota de
responsabilidad respecto a la situación educativa, ya que achacar a los
docentes y la escuela de todos los males de la educación obedece a una
concepción reduccionista claramente direccionada, con fines políticos que no
contribuyen positivamente a ver los problemas de la educación en su real
dimensión, por lo que no podemos excluir a estos agentes fundamentales del
análisis detenido y concienzudo y en capítulo aparte.
Interesa ahora razonar ante
distintas preguntas: Cuál es la cuota de responsabilidad de la escuela en los
actuales resultados educativos?, por qué
después de 20 años de constante capacitación, tenemos los resultados que tenemos?,
cual es el modelo educativo real imperante en nuestras escuelas?, ¿es posible
que, entrados en el tercer milenio, en la mayoría de las centros educativos
predomine un modelo de enseñanza centrado más en repetir cosas sabidas que en
construir nuevos saberes?, ¿Es posible que este modelo tampoco esté funcionando
porque nuestros estudiantes no han aprendido a consumir adecuadamente la
información ni tampoco a producirla?, por qué no se ha logrado formar sujeto
activos y responsables de su propio aprendizaje?, ¿Cuál es el peso de
responsabilidad del maestro en esta situación?, Qué pasa con el proceso
formativo inicial de los docentes y su posterior formación en servicio?
Sin duda que estas peguntas
deben ser respondidas por los propios maestros, con la mayor responsabilidad
pero sin vocación de martirio o de victimización, como signo de madurez y
compromiso para revertir la situación indeseable en que nos encontramos, a
través de procedimientos y acciones diseñadas desde la escuela y sin esperar
solamente que la ayuda venga de afuera y en forma de receta única para toda la
provincia, región o país.
Hasta este punto y dicho lo
dicho, todo encaja en el estilo y manera en que siempre se viene encarando la
crítica al rol de la escuela y del docente. Y este modelo de crítica se repite
desde hace siempre, y siempre o casi siempre obtenemos las mismas respuestas y
emprendemos las mismas acciones y obtenemos los mismos resultados alimentado un
círculo vicioso que nos lleva a la cuasi conclusión que todo se encuentra perdido
y sin esperanzas de solución.
Por formación académica y
experiencia cotidiana, sabemos que para obtener respuestas hay que interrogar a
la realidad y ella nos develará sus misterios o sus verdades, por lo que es
necesario desarrollar el arte de preguntar y si siempre le planteamos las
mismas preguntas y siempre nos brinda las mismas respuestas que no conducen a
una mejora sustancial, quizás haya llegado el momento de interrogar esa misma
realidad de otra manera, desde otros supuestos, desde otras perspectivas.
Así por ejemplo, ¿Por qué
hay malos maestros?, ¿Por qué la educación esta tan mal?, ¿Por qué la formación de los docentes
deja mucho que desear?, ¿Por qué la
escuela se ha devaluado tanto?, ¿Por qué
después de tanta capacitación los maestros no mejoran? Son las interrogantes
más comunes y sin duda reflejan en sentir honesto y lícito de vastos sectores
de la sociedad. Sin embargo, sobre ellas habríamos que interrogarnos: ¿Estas
interrogantes nacen de una ausencia de conocimiento y están orientadas a
alcanzar la “verdad”, o simplemente son aseveraciones disfrazadas en forma de
pregunta?
De la respuesta que demos a
esta interrogante dependerá que sigamos cuestionando la realidad de la misma
forma o que enfrentemos a esa compleja realidad llamada educación desde otras
perspectivas, otros supuestos y otras emociones.
Por mi parte, considero que
ha llegado el momento de exigirnos una nueva forma de preguntarnos, un nuevo
estilo de confrontar, de escudriñar, de inquirir, de cuestionar, la realidad. Una
nueva forma que lejos de descalificar, genere una nueva forma de responder y
enfrentar el problema.
En tal sentido, reconociendo
que todos queremos una escuela, maestros, padres, estudiantes de calidad,
tendríamos que ir preguntándonos y definiendo, ¿Cuando una escuela es de
calidad?, ¿Cuando una escuela es “buena”, ¿Cuando decimos que un maestro es
“bueno”?, ¿Cuáles son sus características?, básicamente ¿Cuál debe ser el
perfil de la escuela y el docente para ser considerados “buenos”?. ¿Qué debe
hacer el docente en el aula para ser considerado como tal?.
Respuestas a estas
interrogantes pueden marcarnos un norte en el mejoramiento de la formación y
desempeños docente, alejados de recetas mágicas viejas o nuevas, quizás puedan
surgir nuevos compromisos de la escuela y los docentes por mirar en forma
reflexiva su propia práctica y proponer cambios, modestos al principio, e ir
construyendo un nuevo accionar y un nuevo discurso, y quizás ahorrarnos otros
20 años de capacitación con discursos nuevos o añejos, pero por sobre todo
ajenos.